Hoy fui solo un hombre más que se aventó a las vías del tren en el metro Nativitas, pero detrás de esa decisión hay una historia de humillaciones, vejaciones, ofensas y un sinfín de sinónimos que solo quien los vive sabe su significado.

Te parecerá extraño, pero, recuerdo perfectamente bien la primera vez, pero no la última. Culturalmente hablando es difícil imaginar mi situación, siempre se habló de la violencia a la mujer, de la desigualdad y hasta un nuevo termino para ese tipo de violencia se empezó a escuchar cada vez con más fuerza.

Sin embargo, lo que yo viví me identificó siempre con ellas, quise en varias ocasiones unir mi grito al de ellas, pero siempre era ahogado por la ideología de una sociedad machista que, en lugar de animarme a encararlo, me hundía mas en mi propio dolor sin querer externarlo.

Así fue por 7 años, no es difícil imaginar un matrimonio entre dos jóvenes de 27 años quienes cumplieron su ilusión de formar una familia y como dicen, sentar cabeza.  Esa fue mi realidad con Rebeca, nos casamos enamorados, felices, ilusionados.

Al poco tiempo decidimos rentar un pequeño departamento, yo lo veía como nuestro refugio después de un largo día de trabajo, nuestra guarida romántica de cada fin de semana, -nuestra casa-. Definitivamente no era lo que pensé, un día pasé por ella al trabajo como cada tarde para regresar juntos, sin embargo, no salió. Le marque varias veces, pero su teléfono me mandaba a buzón.

Para mí fue lógico el preocuparme, marque a su oficina ya no contestaban, simplemente no sabía qué hacer, me estacione cerca y empecé a caminar mientras hacía llamadas a quien se me ocurría. Contacte a un par de sus amigas por redes sociales, su hermano y finalmente a su mamá. En ese momento creo que la dejé igual de preocupada de lo que yo estaba, pero no tenía más ideas.

Me fui a la casa realmente desesperado no sabía qué hacer, no tengo idea de cuantas veces marque su número con la esperanza que cambiara la contestadora de fuera de servicio. Para mi sorpresa cuando llegue a la casa, ella ya estaba ahí.

Definitivamente me tranquilicé, aunque no pude negar que estaba un poco molesto, pero al parecer ella estaba más que yo. Cuando era mi intensión el decirle lo angustiado que me había sentido, ella exploto, literalmente, como si hubiera hecho yo algo realmente malo. No lo entendía, no sabía porque estaba tan molesta no paraba de decir que era adulta y que podía hacer lo que se le diera la gana.

Nunca he sido de pleito, así que no pensé siquiera en contestar, solo pensaba que era bueno que estuviera ahí y que lo que hubiera pasado ya después se sabría, si es que debía de saberlo. Parece que mi negativa a pelear la enfureció mas, solo sentí como estrello en mi cabeza uno de los floreros que adornaban la mesa de centro en la sala.

Después de esa primera vez, vinieron muchas más, ya no había motivo para pelear ni hacían falta objetos en la casa con los que me lastimaba. No había semana en la que no terminara todo amoratado del cuerpo, tuve que inventar en el trabajo que había empezado a ir al gimnasio para de alguna manera disimular los dolores que sentía en todo mi cuerpo.

Al principio trate de hablar con mi padre, pero sinceramente me dio pena, así como me detuve cuando me presente al grupo de apoyo a las víctimas de maltrato marital. Empecé a meterme a investigar como poder ayudarnos y lastimosamente de lo primero que me di cuenta es que este maltrato ya venía desde nuestro noviazgo y yo no lo había querido ver.

Las veces que me condicionaba vera a ella en lugar de mis amigos, las prohibiciones de ir a ver a mi familia, las muchas veces que me quitaba mi celular para “guardarlo” mientras estaba con ella y no dármelo hasta que la dejaba en su casa, todas aquellas veces que minimizaba mi trabajo y me decía amorosamente “eres un don nadie, pero te amo” y lo llegue a tomar tan … romántico.

Las cosas lejos de mejorar empeoraron, ya todo lo que decía y hacia era siempre primero con su aprobación, mi dinero lo traspasaba a su cuenta en cuanto me depositaban, mis gastos eran solo los que ella decía. Las golpizas en casa parecían ya comunes, al principio no la confrontaba por cariño, luego eso solo era respeto, como le iba yo a levantar la mano a una mujer, pero al final ya era miedo.

No puedes imaginar todos los demonios con los que vivía cada día, ya no se podía dormir, comer, hablar, nada, todo era cuestionado y evaluado a su consideración. la humillación que vivía ya no la podía soportar, ya lloraba cada que me entraba solo, quise tomar valor para afrontarla, pero sinceramente nunca pude.

Finalmente, ese jueves tome la decisión, dentro de mí solo podía repetirme –a ver si para esto si tienes valor -. Yo solo me humillaba, bueno ya había llegado la hora de terminar con esto. Esa tarde pedí permiso para salir una hora antes, ya que las cosas habían cambiado, ahora era ella quien pasaba por mí al trabajo y tenía que buscar la manera de no permitirle cambiar mi decisión.

Salí de mi oficina sin cartera ni nada que pudiera reconocerme, no quería que ella supiera donde estaba, así que solo llevaba conmigo una tarjeta para entrar al metro. Tampoco fue fácil, deje pasar varios trenes antes de realmente tomar la decisión.

Ya sabía en qué momento y en qué lugar el tren vendría aun con velocidad y que no podía detenerse y que no me dejaría sufrir más de lo que ya había sufrido durante años. Irónicamente, lo último que vi fue esa luz del metro que se iba a incrustar en medio de mi cabeza.

Los detalles de cómo quede están de más, lo que ahora importa es que ya no siento dolor, pena, angustia. Tal vez para muchos es la peor decisión, la salida fácil, la forma más cobarde de enfrentar los problemas, y tal vez tengan razón.

Todos los que estamos aquí tuvimos una razón desesperada que nos llevó a ver al tren como la forma más económica y segura de terminar con nuestros problemas, todos aquí tenemos una historia, todos aquí quieren ser escuchados, ¿eres tú de las personas interesadas?

 

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